

Quién no ha comprado una o varias veces un producto sin una marca concreta o bien con la marca de nuestro supermercado habitual, en vez de todas aquellas marcas más conocidas y más caras.
Estos productos sin logotipo y aparentemente sin identidad de marca son las llamadas marcas blancas, en auge gracias a la crisis.
Pero; ¿Quién las produce exactamente? Si queremos saber quién es el fabricante que se oculta tras una marca blanca, se puede consultar fácilmente a través de la página web del Ministerio de Sanidad y Consumo y en concreto en la Agencia de Seguridad Alimentaria y Nutrición, donde podemos averiguar, introduciendo primero el número de registro sanitario, a qué empresa pertenece.
Este número se suele encontrar, tan sólo mirando con un poco de atención, en la parte de atrás del envase o de la etiqueta del producto.
Una marca blanca busca fidelizar al cliente mediante el precio suelen ser más reducidos que los de las marcas “normales” y la imagen que el supermercado proporciona. Así, si estamos satisfechos con los productos del supermercado al que vamos, es probable que compremos productos de su marca.
Los inconvenientes de las marcas blancas suelen encontrarse en los controles de calidad: normalmente no pasan tests tan estrictos como los de las marcas normales, aunque teóricamente están sujetos a una doble revisión: la del distribuidor y la de quien los fabrica.
Además, el producto puede cambiar sin que el consumidor lo note. A veces cambia el envase, pero también puede cambiar uno o más ingredientes e incluso el proceso de producción de ciertos alimentos y seguir aparentando ser el mismo que comprábamos antes. Por eso a veces el cliente puede notar diferencias en el sabor y el olor de algunos alimentos de las llamadas marcas blancas.
Resumiendo, las marcas blancas son una alternativa fiable a las de toda la vida, sobre todo ahora que los precios están muy altos. No decepcionan, y menos en el precio.